top of page

Un maestro japonés  recibió un día la visita de un erudito que venía a informase acerca del zen. El maestro invitó al erudito a tomar el té y al servirle colmó hasta el borde la taza de su huésped, y entonces, en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad. El erudito contemplaba absorto la escena, hasta que al fin no pudo contenerse más y exclamó:



     -“Está ya llena hasta los topes. No siga por favor”

     -“Como esta taza” –dijo entonces el maestro- estás tú lleno de tus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo podría enseñarte lo que es el zen a menos que vacíes primero tu taza?”



      Al igual que el erudito del koan, la gran mayoría de los hombres y mujeres occidentales, estamos llenos a rebosar de nuestras propias opiniones y especulaciones, llenos de creencias, de fe en esto o aquello, de ideas preconcebidas, de ilusiones y, como no, también de frustraciones y deseos no realizados.
      ¿Es posible en tal estado acercarse al zen, captar su esencia?
     Uno de los postulados básicos del zen, es el de la necesidad de “vaciarse”. 
     Pero vaciarse… de qué.
     Al respecto, el zen es muy claro, vaciarse de todo dualismo, de toda frontera que separa los opuestos: el bien y el mal, lo justo e injusto, lo bello y lo feo…con el fin de que pueda resplandecer de nuevo la naturaleza original del verdadero Ser.
      En uno de los textos fundacionales del budismo zen, publicado con el título de “Tratado de Bodhidharma”, texto que contiene ya en germen todo lo que posteriormente llegará a ser la tradición zen, podemos leer:

      “Buscar el nirvana eliminando las pasiones  es como buscar la sombra eliminado el cuerpo. Buscar el Buda rechazando a los seres es como buscar el eco tratando de acallar la voz. Debes saber, pues, que ilusión y despertar no son más que una sola vía, y que necedad y sabiduría no se diferencian en nada”.

     A primera vista, un texto como el que acabamos de leer no puede sino causar estupor o como mínimo sorpresa.
      ¿No es preciso entonces eliminar las pasiones con el fin de alcanzar la iluminación? ¿Ilusión y despertar constituyen una misma cosa? ¿Necedad y sabiduría no se diferencian en nada?

     La visión del zen al respecto es muy sutil y profunda. Y la explicación de tan aparente contradicción  nos la ofrece el propio tratado de Bodhidharma, cuando unas páginas después nos dice:



      “Si hay algo que la mente estime, tendrá que haber necesariamente algo que desdeñe. Si hay algo que juzgue verdadero, habrá  necesariamente algo  que juzgue falso. Si aprecia una cosa, despreciará las demás. Si siente afecto por una cosa, detestará las demás”.



      Se trata por tanto de liberar la mente de cualquier deseo y apego, de preservarla libre, tanto  del deseo de convertirse en sabio o santo, como del deseo de liberación  o del temor, pues como se expresa en el texto citado “Si eres capaz de no albergar temor alguno en tu mente, todas las falsas nociones desparecerán”.

     El budismo zen parte del hecho de que no somos capaces de percibir el mundo tal cual es verdaderamente y que en su lugar vivimos y percibimos una seudorrealidad engañosa, creada por medio de la mente-ego.
     La percepción dual del mundo es por tanto ilusión, ilusión procedente de la ignorancia espiritual en la que estamos inmersos.
     Sin, embargo, para el zen, el estado intrínseco de la mente, su verdadera naturaleza, es la iluminación. Y si la mente no se encuentra en tal estado es debido a que no está libre de pensamientos conceptuales recriminatorios, de engaños y de emociones negativas. Por tanto, para  alcanzar el estado de iluminación o Despertar, el estado de buidad, el zen proclama que la mente  debe estar en un estado de libertad total, en un estado de total vacuidad.
     Tal vaciamiento conlleva apartarse de todo formalismo, de todo dogmatismo, apego, creencia e influencia externa, con el fin de estar libre  de todo prejuicio y poder así volver  al estado original de la mente.
     En los sutras de “El libro de la verdadera fe” del Maestro Sosan, tercer patriarca después de Bodhidharma, podemos leer:



     “El Gran Camino no es difícil
para aquellos que no tienen preferencias.
     Cuando ambos, amor y odio, están ausentes
todo se vuelve claro y diáfano.
     Sin embargo, has la más mínima distinción,
y el cielo y la tierra se distancian infinitamente.
     Si quieres ver la verdad,
no mantengas ninguna opinión a favor o en contra.
     La lucha entre lo justo y lo falso
en nuestra conciencia,
es la enfermedad de la mente.”



      Sin embargo, los hombres  y mujeres occidentales están llenos de preferencias: “Esto me gusta, aquello no”, “estoy a favor de tal postura y en contra de la otra”, “ a este amo, al otro odio”…De este modo, la mente traza constantemente diferencias entre el yo personal y los demás yoes, entre uno mismo y la Naturaleza. Y con ello, nuestra mente toma constantemente partido, se ata a lo fenoménico, a la dualidad.

     Con el fin de poder alcanzar la Iluminación o el Despertar, el zen ha desarrollado a través de los siglos una metodología –tal vez sería mas correcto decir una no-metodología-, basada en la indagación de la propia naturaleza y el silenciamiento de los pensamientos a través de la meditación.
     Según el zen, no hay meta por la que esforzarse, ni ningún lugar por alcanzar, puesto que la meta ya está alcanzada y de lo que se trata es de tomar conciencia de la meta a través de la observación del propio interior.

     Se trata, en definitiva, de experimentar aquí y ahora el “Hombre real”.
     Ahora bien, según el zen, lo que impide alcanzar tal experimentación, es decir, lo que impide alcanzar la iluminación inmediata, es nuestra falta de fe en la capacidad de hacerlo y una errónea preocupación por los aspectos externos de la religión.
     Desde tales presupuestos, es lógico que el zen  tenga  en poca estima las prédicas y los pronunciamientos y postule que el camino de la iluminación tiene dos accesos:

     -La práctica emocional e intelectual que se cultiva en la vida diaria
     -La  meditación.

      El acceso por la “práctica” comprende:


      -Saber responder a la adversidad.
      -Aceptar las condiciones.
      -No tener nada por deseable.
      -Estar en armonía perfecta con el Dharma.



    Saber responder a la adversidad implica la comprensión de que las circunstancias actuales  son el resultado de las acciones buenas o malas llevadas a cabo no solo en esta existencia sino en existencias pasadas.

     Aceptar las condiciones implica acoger las penas y los placeres de idéntico modo.

     No tener nada por deseable implica aquietar la mente sin preocuparse por el cuerpo y convencerse de la vacuidad de toda existencia, por tanto, no esperar nada y en nada regocijarse.

     Estar en armonía perfecta con el Dharma implica un estado de perfecta armonía con lo espiritual. Es entonces cuando el practicante zen, habiendo eliminado en él toda impureza, sin preocuparse de las apariencias  y libre de todo apego, sirve de guía y ayuda a los demás.

     El zen no se opone al estudio de las enseñanzas budistas que se encuentran en las escrituras, pero considera que la Gran vía es cultivar la percepción de la verdadera naturaleza. Al respecto, no dejamos de sorprendernos al ver como, en la gran mayoría de las narraciones zen, los monjes no alcanzan el Despertar progresivamente a través del estudio, sino de golpe, instantáneamente, al escuchar el canto de un pájaro, al comprender un koans, al escuchar un grito del maestro o recibir un golpe en la cabeza. Pues no se trata de almacenar conocimientos, sino de “vaciarse”, de dejar la mente libre. De hecho, el término zen -chan en chino-, puede traducirse por “Verdadero y profundo silencio” y también como “Retorno al espíritu original y puro del ser humano”.

     El acceso por medio de la práctica emocional e intelectual que se cultiva en la vida diaria, implica así la aceptación paciente de nuestro destino kármico, soportar con paciencia y sin resentimiento lo que la vida nos depara, y también  ver en cada acto cotidiano un medio de aprendizaje.



     “Andar es zen.
Sentarse es zen.
Tanto si hablo como si callo,
en paz o bajo la amenaza del sable,
en el eterno Atma
todo es inmutable.”



     Así lo expresa el maestro Shodoka en “El canto del inmediato Satori”.
     El zen es por ello un vivir en la conciencia del ahora, del instante presente, pues en el instante se despliega el Átma, el verdadero ser espiritual.

     Por su parte,  el segundo acceso, el acceso por el “Principio” o meditación, es comprender que no hay diferencia entre  uno mismo y los demás, es por tanto la vía de la Unidad.

     La meditación sentada, es una de las prácticas más importantes del zen, y el objetivo de la meditación es alcanzar la libertad, liberar todo el potencial oculto de la mente.
     El maestro chino Ying-an, dijo:



     “El zen vivo es el atajo mas directo para alcanzar la iluminación sin realizar esfuerzo alguno dondequiera que te encuentres”



     No se trata de una libertad teórica, sino de una libertad inmersa en el mundo, y que puede ser llevada a cabo de forma natural en medio de nuestras actividades y ocupaciones cotidianas. Pero para experimentar el zen en la vida cotidiana es preciso des-identificarse de los pensamientos y sentimientos y utilizar inteligentemente la capacidad perceptiva.
     En realidad, según señalan los maestros, para obtener la compresión esencial del zen, lo primero que hay que hacer es dejar de buscarla, pues cualquier logro alcanzado mediante el esfuerzo es un logro del intelecto.
     Tal vez sería más exacto precisar que hay que dejar de buscar fuera de uno mismo, pues como dice  el maestro Linji:



     “La luz pura de cualquier momento de conciencia es la esencia misma del Buda que mora en tu interior”



     Una de los métodos  más significativos  y curiosos desarrollados por el zen, es el Koan. Se trata de un ejercicio mental que tiene como objetivo arrojar al discípulo fuera del funcionamiento mental ordinario y familiarizarle con otra aproximación a la realidad. En lugar del razonamiento lógico, el koan utiliza la gratuidad, la incongruencia, lo absurdo, todo aquello que nos desestabiliza y nos obliga a pasar del razonamiento lógico y racional, al pensamiento del corazón. El Koan obliga a no fiarse de la lógica ni de la razón y busca que el discípulo suelte su mente de su dependencia del lenguaje y de la comprensión intelectual y capte la realidad a través de la intuición.
     No es por ello extraño encontrar en la descripción de los métodos de enseñanza zen, intercambios verbales paradójicos y aparentemente irracionales e incluso gritos y golpes.
     En la recopilación de Dichos del Maestro zen Lin-Chi, encontramos este fragmento que ejemplifica lo dicho:



     “El Maestro subió al púlpito y dijo: “En esta masa de carne roja, existe un Hombre Real sin situación. Sin cesar entra y sale por las puertas de vuestro rostro. Si alguien de vosotros no lo sabe, ¡Mirad! ¡Mirad!”
En ese momento, un monje avanzó y preguntó: “¿Qué aspecto tiene el Hombre sin situación?”
     El Maestro descendió de su asiento, cogió al monje y dijo: “¡Habla! ¡Habla!”



      Visto desde una perspectiva puramente exterior, los actos narrados se perciben como una sarta de incongruencias y desvaríos. Y, sin embargo, el contenido espiritual del texto, no puede ser más directo y profundo.
     Cuando el Mestro señala que “en esta masa de carne roja, existe un Hombre Real sin situación”, está mostrando a los discípulos que bajo el manto de la carne late el Hombre Inmortal, el Iluminado. El entra y sale sin cesar del hombre carnal a través de los órganos de los sentidos: vista oído, olor, gusto, tacto, intelecto..., es decir, percibe y puede ser percibido, pues está siempre presente, pero el hombre natural no es consciente del mismo. Por eso cuando uno de los monjes pregunta “¿Qué aspecto tiene el Hombre Real sin situación?”, el Maestro coge al monje, lo zarandea y exclama: “¡Habla! ¡Habla!”. Con tal expresión trata de hacer comprender al discípulo que él mismo es el Hombre Real, y que tiene que  hablar, esto es, manifestarse.
     Entre los procedimientos que según el zen, permiten alcanzar el despertar, se encuentran el arte en sus diversas manifestaciones: Pintura, el arte del té, las composiciones florales, los jardines de piedra, la poesía (haikú), los cuentos, etc. Todos ellos ofrecen la ocasión de experimentar el Satori, el Despertar, sin embargo pierden valor cuando se toman como fines en si mismos.
     Si ahora nos centramos en el arte zen, y, más concretamente en la pintura, cabe plantearse la pregunta: ¿ha existido en realidad  el arte zen?
      Ciertamente hemos de aclarar que no ha existido ningún estilo o escuela artística que podamos denominar zen.  Mas acertado sería decir que han existido una serie de artistas practicantes de la filosofía zen y que a través de cierta forma de entender y practicar el arte, han hecho del mismo una prolongación de su búsqueda espiritual.

     Lo que denominamos arte zen, ha de verse por ello, no tanto como una obra artistica -que en muchos casos lo es-, sino ante todo como la expresión trascendente de lo cotidiano. Por ello el zen, al contrario que el arte occidental de las mismas épocas, se preocupa poco  por la destreza técnica y mucho por establecer un contacto, una comunión con el Espíritu Universal que impregna y late en toda manifestación de vida.
    
     En fusión con la Realidad, con el Tao, el artista participa de la fuerza generadora que da vida a todo lo manifestado, pues en tal estado, el artista no es un yo aislado, sino expresión de la Realidad trascendente.

     Bajo tales  postulados, podemos comprender que la  práctica del  arte zen, sea uno de los medios a través del cual el artista puede alcanzar la fusión con la Naturaleza, esto es, con el Todo.
     Sin embargo, el pintor zen no es un buscador, pues comprende que no tiene nada que buscar; su conciencia no se fija en ningún objetivo y, paradójicamente, por ello, alcanza el Objetivo: la integración en la continuidad cósmica.
     Un texto zen, dice:



     “Solo cuando tienes montañas en los ojos puedes pintar árboles, solo cuando tienes agua en la mente puedes pintar montañas”



     En el pensamiento zen, el agua no es distinta de la montaña, ni la montaña distinta de los árboles o de los ojos. Y las imágenes trazadas por el pincel, se convierten en un medio para penetrar en lo mas hondo de nuestra conciencia.
     El artista no solo pinta, sino que se adentra en el silencio primordial, en el vacío, donde las imágenes no enturbian la mirada. El artista zen borra, limpia de su memoria todo vestigio de accidentalidad, con el fin de recobrar la primitiva armonía. Por eso, la dificultad  mayor del pintor zen es vaciar su propia conciencia, aprender a eliminar cualquier indicio de deseo.
     Al igual que en el Koan, la función de la pintura zen es provocar un choque que posibilite la aparición de un estado súbito de conciencia (Satori). En el Koan, como hemos señalado, esto se produce a través de la paradoja, de lo irracional, en la pintura zen, a través del vacío.

     La relación vacío-lleno (Ying-Yang) está presente en los propios elementos formales con los que trabaja el pintor y, mas concretamente en la pincelada. La pincelada, base del principio dinámico de la obra, establece las relaciones que demarcan el espacio y sus relaciones formales entre vacío y lleno. Una pincelada densa demarca un espacio, activa por tanto el concepto “lleno”, mientras que otra diluida y muy transparente constituye un acercamiento hacia el vacío.
     En su búsqueda del vacío, la pintura zen ha derivado hacia obras en la que los elementos formales se han reducido a la mínima expresión.
     Por otra parte, la pintura zen se ejecuta de forma directa y espontánea, sin posibilidad de retoque. Esta forma de enfrentarse a la obra, exige un dominio perfecto de la técnica, pero ante todo, un conocimiento profundo de lo que se va a pintar, tanto en su conjunto como en cada detalle. Vemos por ello que en las primeras etapas del arte zen, el pintor debe alcanzar el dominio de las diferentes herramientas que tiene a su disposición. Cada tipo de pincelada tiene su nombre y sus características peculiares. Frotar, presionar, diluir, arrastre, golpe de pincel suelto, etc, se constituyen así en la base de la propia pulsión interior del artista.
     Pero es evidente, que la técnica, no es sino el medio para alcanzar el objetivo del arte zen. El pintor, en una segunda fase, deberá estudiar minuciosamente la naturaleza y meditar sobre ello, hasta que la naturaleza le penetre y el pintor pueda llevar a cabo el primer trazo de su obra.
     El  maestro Su Dongpo lo expresa del siguiente modo:

     “Antes de pintar el bambú tiene que crecer dentro de uno.
Entonces el pincel en la mano, la mirada concentrada,
La visión aparece de pronto ante los ojos.
¡Atrapémosla! Cuanto antes con nuestras pinceladas,
porque  puede desaparecer tan súbita como la liebre ante el cazador!”

     El artista zen, por tanto, pinta para alcanzar el Satori y el acto mismo de pintar es satori, pues permite captar el aliento rítmico que anima a los seres vivos.
     Por ello el artista zen no trata de imitar a la naturaleza, sino de revivificar el principio mismo que late en la Creación Universal. La pincelada única e irrepetible solo se consigue a través de la absoluta vacuidad. Pero cabe aclarar que tal vacuidad no es en absoluto un abandono al subconsciente, un mero automatismo, como proclamó, por ejemplo, el surrealismo. La vacuidad zen exige una sólida disciplina y un claro esfuerzo de la voluntad.
     Antes de la primera pincelada solo existe el vacío informe. A través del gesto creador del artista, la Unidad se vuelve multiplicidad, y el pintor se identifica con todo lo creado. Así, la pintura zen, pasa de ser un fin estético a convertirse en un vehículo de conocimiento, en donde la obra final es un espejo en la que puede contemplarse el desarrollo espiritual alcanzado por el artista.

      No obstante,  si bien el arte zen  se concibe antes que nada como un ejercicio espiritual, “un espejo que refleja la imagen mental de su creador”, podemos con todo establecer los caracteres comunes que lo animan. Tales caracteres o características propias, según el maestro Hisamatu Shinn,ichi, serían:



      1-La asimetría
      2-La simplicidad
      3-La austeridad
      4-Lo natural
      5-La sutilidad
      6-La libertad absoluta
      7-La serenidad.

      A estas siete características que definen el arte zen podríamos añadir aún:



      8-El rechazo de todo intelectualismo y moralismo
      9-El sentido de la contradicción
      10-El humor.

      El humor impregna hasta  tal punto  al zen que los propios maestros aconsejan reírse del zen.

ARTE ORIENTAL

ZEN EN EL ARTE

Los montes Jinting en otoño, de Shitao.
Shitao siguió las enseñanzas del zen y del taoísmo de Lao-tse y de Chuang-tzy.

Jesús Zatón, fragmentos del catálogo "Zen el al arte", ed. Fundación Rosacruz

Xu Daoning (Hsu Tao-ning,许道宁,许道宁), alrededor de 970 a 1051 / de 53.

Immortal en tinta salpicada por Liang Kai.

bottom of page